Un crepitante fuego caldeaba la sala de la taberna haciendo que el destartalado salón resultara sin duda más acogedor que el exterior, que en esos momentos estaba siendo azotado por una tormenta furibunda y ensordecedora.
Reiner se había situado en una mesa apartada de la chimenea y de la poca luz que arrojaban unos candiles y con una perfecta visión de la puerta, con la sola compañía de un vaso de vino y sus pensamientos
Reiner Von Stolmen, así se llamaba, aunque ahora era mejor no alardear de su apellido, ya que en Averland, de dónde era oriundo, la Justicia del Emperador le buscaba por asesinato, aunque él lo consideraba más como un lance de honor, un duelo en el que simplemente él había salido victorioso y su rival no. Debido a ello había tenido que huir para escapar de la horca de la que su noble linaje no le hubiera librado.
Desde entonces había ido de un lugar a otro alquilando sus servicios como mercenario, sin contestar preguntas, viviendo día a día pero sin renunciar a la esperanza de poder volver a Averland y recuperar sus riquezas y a su familia y era por ello que ahora se encontraba en esa taberna.
Había decidido viajar a Atalheim, donde esperaba encontrar fortuna, y para ello se había rodeado de algunos buenos compañeros que había conocido durante sus correrías como Haals y Pavel Vos, dos hermanos de origen kislevita que se habían criado en los bosques de Averland; además de Oskar Hetzau, un gigantón que había servido como sargento en las filas del emperador y Franz Litchmar un jovenzuelo imberbe y poco hablador, de apenas 15 años, pero con un increíble talento para los líos.
Reiner los había mandado a buscar hombres que se unieran a ellos, quedando en reunirse en esa taberna en el plazo de un mes y por las noticias que tenía habían cumplido su misión ya que habían reunido un buen grupo de hombres fajados en las numerosas guerras que asolaban el Imperio, e incluso los hermanos Vos habían reclutado a unos halflings, que como arqueros no tenían precio.
El rechinar de la puerta de la taberna sacó a Reiner de su ensimismamiento y en el umbral de la misma apareció Oskar. Reiner se levantó y cruzó la sala hasta detenerse frente a Oskar, quién afirmó con la cabeza.
Todos habían llegado. Era hora de encaminarse hacia Atalheim, era hora de buscar su foturna.