Un crepitante fuego caldeaba la sala de la taberna haciendo que el destartalado salón resultara sin duda más acogedor que el exterior, que en esos momentos estaba siendo azotado por una tormenta furibunda y ensordecedora.
Reiner se había situado en una mesa apartada de la chimenea y de la poca luz que arrojaban unos candiles y con una perfecta visión de la puerta, con la sola compañía de un vaso de vino y sus pensamientos…
Reiner Von Stolmen, así se llamaba, aunque ahora era mejor no alardear de su apellido, ya que en Averland, de dónde era oriundo, la Justicia del Emperador le buscaba por asesinato, aunque él lo consideraba más como un lance de honor, un duelo en el que simplemente él había salido victorioso y su rival no. Debido a ello había tenido que huir para escapar de la horca de la que su noble linaje no le hubiera librado.
Y pensar que todo había sido por una mujer. Su familia y la de ella eran originarias de Averland, ambas de noble linaje pero con antiguas ofensas entre ellas, las cuáles no habían evitado que forjaran primero una gran amistad y posteriormente una pasión y un amor que esperaban pudiera acabar con las viejas rencillas familiares de manera que ambas familias se convirtieran en una con su unión.
Cuán equivocados estaban. Cuando el padre de ella se enteró de su relación y de las intenciones que albergaban, prohibió a su hija el seguir viendo a Reiner y a él mismo le conminó a olvidarse de ella so pena de tener que tomar medidas más drásticas.
Tenían que haber hecho caso, pero eran jóvenes y estaban enamorados, así que siguieron viéndose a escondidas hasta una tarde en la que fueron sorprendidos por el padre de ella, sin duda traicionados.
La escena fue terrible: el padre de su dama ebrio de irá y rencor no atendía a los razonamientos que los jóvenes intentaba hilvanar para aplacar y convencerle, y toco concluyó cuando el padre de ella abofeteó con su guante a Reiner, retándole a un duelo, quería acabar con esa relación de raíz.
No podía dejar pasar tamaña ofensa y ambos desenvainaron sus aceros, la lucha fue feroz pero breve, ya que la mayor juventud y habilidad de Reiner se impusieron rápidamente y traspasó limpiamente el pecho de su oponente matándolo en el acto.
El grito de ella fue desgarrador, pero eso no fue lo peor, ni el que le gritara asesino mientras cogía en sus brazos la cabeza de su padre muerto, no, lo peor fue la mirada de odio que le dirigió y el juramento de que no descansaría hasta verle muerto y vengar así a su padre.
Fue como si su corazón se hiciera añicos y el dolor todavía persistía.
Al día siguiente tuvo que abandonar sus posesiones y huir a uña de caballo para salvar su vida ya que ella le había denunciado por asesinato y la justicia del Emperador le buscaba.
Pero no abandonó todo exactamente; es cierto que dejó atrás sus riquezas y atavíos, su honor y sus posibilidades de heredar el título y tierras de su padre, pero hubo algo que no dejó atrás, aún no sabiendo explicar el por qué.
Ese algo eran unos manuscritos, apenas un par de páginas casi ilegibles maltratadas y ajadas por los años y que llevaban generaciones en su familia, pasando de padres a hijos con la consigna de guardarlas y protegerlas pero sin ninguna explicación lógica de lo que contenían o de su importancia, más allá del hecho de su procedencia: la antigua y destruida ciudad de Atalheim.
Y esa era la razón de la vida que había llevado y de que ahora se encontrase en esa taberna apenas a unos días de camino de Atalheim. Muchas veces se preguntaba que habría sido de ella, aunque había oído algún rumor sobre que había ingresado en un convento, y anhelaba el poder volver a verla, el que ella le perdonase y entendiese que no había tenido opción, el poder volver a tenerla entre sus brazos y susurrar en su oído su dulce nombre.
Desde entonces había ido de un lugar a otro alquilando sus servicios como mercenario, sin contestar preguntas, viviendo día a día pero sin renunciar a la esperanza de poder volver a Averland y recuperar sus riquezas y a su familia, pero eso había acabado ya que había decidido viajar a Atalheim, donde esperaba encontrar fortuna y una explicación acerca de esos manuscritos que eran su más valiosa posesión , y para ello se había rodeado de algunos buenos compañeros que había conocido durante sus correrías como Haals y Pavel Vos, dos hermanos de origen kislevita que se habían criado en los bosques de Averland; además de Oskar Hetzau, un gigantón que había servido como sargento en las filas del emperador y Franz Litchmar un jovenzuelo imberbe y poco hablador, de apenas 15 años, pero con un increíble talento para los líos.
Reiner los había mandado a buscar hombres que se unieran a ellos, quedando en reunirse en esa taberna en el plazo de un mes y por las noticias que tenía habían cumplido su misión ya que habían reunido un buen grupo de hombres fajados en las numerosas guerras que asolaban el Imperio, e incluso los hermanos Vos habían reclutado a unos halflings, que como arqueros no tenían precio.
El rechinar de la puerta de la taberna sacó a Reiner de su ensimismamiento y en el umbral de la misma apareció Oskar. Reiner se levantó y cruzó la sala hasta detenerse frente a Oskar, quién afirmó con la cabeza.
Todos habían llegado. Era hora de encaminarse hacia Atalheim, era hora de buscar su fortuna.