Postby Arendal » Wed Jun 13, 2012 1:10 pm
-¿¿La Universidad?? –preguntó Daeghor intranquilo. El chamán no parecía aprobar en absoluto la idea de Tom
-La Universidad –afirmó este tajante.
-Pero… ¿qué vamos a encontrar nosotros en allí, salvo que queramos encender una hoguera con los libros? ¡Por Morrslieb, somos bestias, Tom! ¡¡Pezuñas y garras!! ¡¡Pelo, cuernos y colmillos!!
Pero el Errante no estaba dispuesto a cambiar de opinión. Recordaba vagamente que era allí donde los humanos dedicaban horas al estudio de los secretos de misteriosas artes. Era el lugar donde buscar respuestas y quizá, si los dioses del Caos lo querían, un fragmento del libro. Aquel misterioso manuscrito que parecía encerrar todos los secretos que él necesitaba desvelar.
-¡A la universidad! –rugió el caudillo alzando sus dos temibles hachas.
-¡¡A la universidad!! –corearon los gors reunidos a su alrededor
-¡¡Por la dama!! –gritó Sir Kraven saludando con la lanza de caballería que había obtenido (a saber de dónde) recientemente y que portaba con visible orgullo…
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La enorme hacha de Maethor descendió con violencia sobre el cuerpo de la indefensa mujer. En el último instante, la hermana sigmarita rodó sobre sí misma y el peligroso y pesado filo golpeó el suelo adoquinado, levantando esquirlas y sacudiendo el brazo de su portador.
Las sigmaritas habían aparecido entre los callejones, sorprendiendo a la manada. Los incursores hombres bestia se habían defendido con una furia incontenible, pero la inquebrantable fe de las sigmaritas parecía ser capaz por sí sola de inclinar la balanza. El Errante rugía furioso. Al fin había conseguido acceder al edificio principal, y no pensaba marcharse hasta haberlo revisado a conciencia.
-¡¡Aguantad!! –ordenó impaciente.
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Sir Kraven levantó la cabeza y trató de aguzar el oído. Sí, no podía tratarse de otra cosa. Eran los gritos de una mujer en apuros lo que escuchó dos calles más allá.
-Sir Pedivere, mi casco y escudo. Una dama en apuros nos necesita y mi lanza está presta para acudir en su rescate (línea de crédito según Mariano Rajoy).
El gor suspiró resignado. Era evidente que la locura del centigor iba en aumento, pero ¿qué podía hacer él? El Errante le había ordenado vigilarlo de cerca y cumplir con cuanto le pidiera. Le acercó el herrumbroso casco, que contrastaba con el hermoso y decorado escudo que lucía Kraven (Sir Kraven) y que nadie sabía de dónde había salido.
Golpeando con las poderosas patas el suelo, y con la lanza en ristre, el centigor partió al galope. A su alrededor corría alegremente la jauría.
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El impacto de la primitiva maza lanzó a Leonora contra el suelo y escupiendo sangre. La bestia rugió sus ojos ardiendo de ira. La hermana trató de incorporarse penosamente, apoyándose sobre sus doloridos brazos, el hábito, desgarrado y hecho jirones. Giró su hermoso rostro hacia atrás en cuanto escuchó el sonido de los cascos golpeando contra los adoquines, segura de que se avecinaba un nuevo peligro…
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La sola visión de la hermosa novicia inflamó el corazón de Sir Kraven. Indefensa ante la criatura que la atacaba, tratando de incorporarse, la dama le presentaba una magnífica vista de su magnífico trasero. Sir Kraven la salvaría y ella se lo agradecería gustosamente. “¡Por la dama!”, gritó lanzándose a la carga…
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Leonora observó horrorizada como una nueva bestia cuadrúpeda rugía lanzándose contra ella, enfundada en una colorida y brillante armadura. A su alrededor corrían varias mastines del caos. Sabía que estaba perdida si se quedaba allí, pero no pensaba renunciar a sus votos y su fe era inquebrantable.
-¡¡Retirada!! –el grito de Fianna se hizo audible a pesar del caos de la batalla.
Como pudo, Leonora consiguió ponerse en pie y esquivar el torpe ataque del gor, que parecía distraído con la aparición de la nueva criatura. Rápidamente, la hermana se internó en la oscuridad de los callejones y aprovecho su menor tamaño para introducirse entra un pequeño hueco en la pared. Por un instante sintió que un jirón de su túnica se quedaba enganchada. Sin importarle más que su vida, se arrancó como pudo la túnica dejando allí el pedazo de tela para ponerse a salvo...
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Sir Kraven observó apenado cómo la hermosa novicia desaparecía en la oscuridad de los callejones. Y ya creía que no la volvería a ver cuando de repente, entre las ruinas, la dama volvió a aparecer desnudándose para y obsequiándole con una generosa visión de sus hermosos pechos, para volver a desaparecer dejándole como regalo y promesa de futuros placeres un pedazo de tela enganchado entre las piedras.
-Una prenda –sonrió Sir Kraven-. La dama me regala su prenda como muestra de su amor verdadero… Oh, mi dama. Os juro que os serviré siempre y no desfalleceré hasta encontraros de nuevo…